lunes, 22 de junio de 2009

No era Jueves Santo


No era Jueves Santo ni me había levantado pronto para desayunar con mis amigos. No oía el crujir de la madera a paso lento, ni la Saeta en el Museo, ni sentía el peso del arte en mis hombros, ni la respiración de todos, jadeante. No hacía frío ni corría, volaba, hacia El Huerto. No subía por El Riego con mi tesoro entre las manos para ponerme en la fila de Nuestra Madre. No había estado en las Jornadas Gastronómicas tampoco ese día, ni había visto al Cristo de las Injurias sufriendo por nosotros, y por Él mismo. No era la madrugada de Viernes Santo, ni me había puesto la túnica negra, la que al sentirla en las manos te hace volar a tu interior. Ni siquiera había estado en el Museo, pero donde sí había estado era en otro momento.

Había estado en un sueño en el cual, al despertarme, me di cuenta que las cosas simples, las cosas sencillas son las que marcan una vida, un recuerdo, o el futuro. Y decidí desde ese momento, no volver a dejar escapar ningún sueño por muy complicado que fuera. Me conjuré conmigo mismo que nunca nunca, volvería a ponerme tapones en los oídos.

No era Jueves Santo, pero necesitaba que fuese.